martes, 26 de mayo de 2015

A dos metros bajo tierra


Disfruto con la indiferencia que los hombres intentan demostrar a mi llegada, ocultando a otros como ellos sus más sinceros temores, casi siempre, sin éxito. Como esa triste cortina de hospital que, sin llegar a tapar del todo la visión de mis clientes, ayuda a los moribundos a contemplar, con espanto, mi paso por la cama de sus compañeros, que siempre logra arrebatarles el sueño. Una de ellas esta frente a mí, en una de las miles de salas de espera.

La cama a la derecha no se diferenciaba en nada con las demás del hospital. Sobre ella habían rendido el alma muchos enfermos. Los recuerdo en duelo, los ojos llorosos, los labios crispados, la tonta dificultad para entender que su vida se acaba. Aunque yo no soy de recodar todo lo que veo, siempre habrá historias que reclaman mi atención.

Esta ocasión era la tercera que visitaba al que ahora la ocupaba. La primera vez, cuando se pegó el tiro que lo tenía ahí. La segunda, ya en esa misma sala, unos meses después, mientras toda una familia lloraba a su izquierda, incluso había unos niños, lo que me sorprendió. En estos tiempos la gente tiene miedo de acompañar a otros en su final, prefieren dejarlos solos conmigo. El miraba iracundo, quejándose del ruido, alegando que podían llorarlo en cualquier otro lugar.


Desde entonces el anciano estaba solo, esperando que mi fúnebre saludo. A su lado un sillón vacío le pesaba en la culpa, y sin saber cómo ni porque, dio un último suspiro, que logro que olvidara todo el mal hecho y todo el llanto causado. En su última mirada a este mundo se perdono de todos sus fallos, ya nadie se los reprocharía.

Me volví hacia el anciano que cerraba los ojos, espere. Se aferraba a la vida con fuerza, lo que era curioso, pensando en lo que le había llevado a esta situación. Tenía miedo, mucho miedo, aunque supongo es normal. Solo diré que conoceré a vuestros familiares mejor que vosotros, la gente en mis brazos se muestra tal y como es en realidad.

Le forcé a acompañarme. Supe su historia, pero pronto la olvidaría. Tras él pocos me maldijeron, de hecho algunos me agradecieron la labor. En realidad puede que si tenga algo de justiciera, todas las personas, sin importar como hallan vivido, las dejo en el mismo lugar, a dos metros bajo tierra. 


Aunque algunos acaban como polvo desperdigado, en fin, así son los tiempos que corren.