lunes, 7 de septiembre de 2015

En blanco.


Miré hacia la ventana buscando alguna inspiración escondida tras el cristal. Nada.

Pájaros que surcaban el hueco entre mi ventana y el suelo, coches iban y venían sin enseñar su rumbo, incluso, un hombre que limpiaba los cristales del edificio de enfrente, casi resbala, pero solo logro sacarme una sonrisa. Nada me daba una historia que mereciera la pena escribir.

Miles de fotografías ocupaban mi mesa. Otras brillaban en la pantalla del ordenador. Lápices y bolígrafos de todos los colores, hasta un libro abierto por una página inspiradora, pero sobre tantas cosas destacaba un folio limpio, que me gritaba, sin sonidos, que me había quedado “en blanco”. De hecho, casi notaba el peso de aquella hoja de papel. 

Vibró el móvil en mi bolsillo. Dejarlo de lado era lo mejor que podía hacer, una distracción de las suyas no rellenaría ni una frase seria.

Volví a mirar a la ventana. Ninguna musa soplaba. Mi reflejo me miraba confuso, sin saber por qué no escribía, aunque si me hubiera preguntado, yo tampoco habría sabido responderle.

El móvil vibro de nuevo, logrando esta vez que quitara la vista de mis ojos, para ponerla en el folio en blanco, y devolverla rápidamente al reflejo. Algo había ahí que me servía para emprender una historia. Pero, ¿qué historia? Y lo más importante, ¿Sobre qué?

De nuevo miré el reflejo mientras sin darme cuenta cogía el móvil y leía los mensajes que habían ido llegado. Para cuando me di cuenta, ya había pulsado enviar.

Me levanté y me vestí dispuesto a salir a la calle. Apenas tardé unos minutos. Cuando ya había recogido todo lo necesario, miré al folio por última vez y garabateé una mancha furiosa con el dedo.

Se fue cerrando la puerta detrás de mí. En la ventana quedo el reflejo, que se puso a escribir.


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